dijous, 27 de març del 2014

Legendarium Inferni

Avui us porto un resum del que ha preparat l'editorial NoSoloRol com  a novetat per Aquelarre.
Es tracta d'un suplement de tres aventures. Son les que van guanyar i quedar finalistes en el concurs de mòduls que es va fer ja fa un temps, i en el que hi vaig tenir el privilegi de poder formar part del jurat.
El jurat per unanimitat va decidir proposar a l'editorial que havia ofert el premi de publicar l'aventura guanyadora, a veure si podia fer lloc per les finalistes, i tal com podeu veure, va accedir.
Espero que us agradin tant com van agradar al jurat del concurs que va promoure Jordi Calvo desde el fanzine Dramatis Personae, i al que s'ha va afegir la editorial amb el premi de publicar el mòdul guanyador.


Una salutació des de Girona

Albert Tarrés




Us deixo aquí un link a unes planes de mostra que va preparar l'editorial d'aquest suplement.




I ara la informació de l'editorial del suplement:


Legendarium Inferni es un suplemento de aventuras para Aquelarre. En sus páginas se presentan tres completos módulos repletos de historia, brujas y demonios que contienen todo el espíritu de Aquelarre.
Escrito por Juan Pablo Fernández del Río, Carlos Herández Lusarreta y José Antonio Neto e ilustrado a todo color por el inconfundible arte de Jaime García Mendoza, Legendarium Inferni incluye entre sus páginas:
  • Tres módulos completos para Aquelarre: Apocalypsis, Cornago y Angulus Malolus.
  • Tres mapas completamente ilustrados por Jaime García Mendoza.
  • Ayudas históricas de juego para los tres módulos.
  • Las primeras ilustraciones con las caras de los mecenas del suplemento Ars Malefica.
Tres visiones diferentes del decano de los juegos de rol españoles. Tres aventuras que tus jugadores temerán emprender...

Características del suplemento:
Autores Juan Pablo Fernández del Río, Carlos Hernández Lusarreta y José Antonio Neto
Ilustrador Jaime García Mendoza
Tipo Suplemento
Número de páginas 64 (55.339 palabras)
Formato Libro impreso a todo color, encuadernación en rústica

dimarts, 18 de març del 2014

Deus Volt - La crónica III

Aquí us deixo la tercera parte d'aquesta crónica.

Que la disfruteu.

 

Una salutació  des de Girona

 

Albert Tarrés

 

 

Crónica Deus Vult: Un regalo para un Rey (parte 1)

DE CÓMO UNOS PROCURARON LA MUERTE DE SM EL REY ENRIQUE II EN SEVILLA

Cuentan las crónicas de Sevilla, que años después de que subiera al trono de Castilla su hijo Enrique II, se quiso homenajear con una recepción en los Reales Alcázares y la entrega de la espada de Fernando III, conquistador de Sevilla.
Acompañando a estos fastuos, diversos miembros de la Corte organizan en sus residencias sevillanas recepciones en favor de la Reina Juana. En una de las últimas, el Conde de Medinaceli, Gastón de Bearn y la Cerda, celebra una recepción en su palacio cerca de la Puerta de Carmona en Sevilla. Después de una opípara cena y un sencillo baile, algunos de los invitados, entre ellos la Reina, quedaron en el palacio como huéspedes del Conde de Medinaceli.
Pero la noche ni iba a ser tan tranquila como parecía, y el turbio se inició en mitad de la noche, cuando un grito proveniente de los aposentos del verano de condesa despertó y alertó a parte de la guardia. Un hombre había entrado en los aposentos de la condesa y, después de robar un medallón familiar, saltó a la calle desde la pequeña ventana de la habitación. Debido a las dudas sobre la fidelidad de los miembros de la guardia de la casa (alguien debía haber dado acceso al ladrón) se contó con ilustres miembros alojados en el palacio para resolver la situación: Joao do Tavira, guardia personal del Conde de Tavira; el Conde de la Caleta; Severo de Otxoa, guardia real de Su Majestad la Reina y Don Leopoldo Torrado, cortesano de la Reina.
Después de recorrer las oscuras calles de la ciudad y de llenar algún que otro estómago vacío, tuvieron a bien descubrir que un tal Juan el Gato, villano del barrio de Triana, había tenido algo que ver en el entuerto. Prestos hacia allá se dirigieron, no sin antes pertrecharse para esconder alguno de ellos su noble cuna. Cruzando el puente de barcas, que tan valientemente rompieron las tropas de Fernando III en su conquista hispalense, llegaron los señores al barrio de Triana, lugar de artesanos, marineros y otros de oficio desconocido. Una vez dejado atrás los altos muros del Castillo de San Jorge, alejados de la protección de la luz de sus antorchas, introdujéronse en un barrio más allá de la parroquia de Santa Ana. Un grupo de vecinos de Sevilla, quizás los primeros gitanos que tuvieron a bien afincarse en toda Castilla, habían formado una pequeña comunidad más fuera que dentro de las leyes de Su Majestad. Un viejo respetado, llamado Juan el Viejo, les recibió a alguno de ellos acompañado de toda su familia. Es curioso como esta gente acostumbran a trasnochar alrededor de una gran fogata para calentarse y contar historias. El respeto a los mayores parece muy importante en su forma de ser y su ocupación, según dicen ellos, es el de vender por aquí y allá lo que tienen a bien, arreglar lo que se rompa en la casa y, según otros, escamotear unas monedas o incluso bienes a quienes en sus casas le dejan entrar.
Sorprendidos, los enviados de los Medinaceli descubrieron como una copia del medallón de doña Mencia, la condesa, habiendo hecho un trato por el pago del mismo que tuvieron que mantener aun siendo falso (dicen las crónicas que unos meses después el Conde de la Caleta tuvo que requerir judicialmente a la Casa de Medinaceli una deuda de 300 maravedíes que sin duda provienen de este hecho). Pareciendo que la actitud de el Viejo era auténtica y que apenas sabía que era falso, la presión familiar hizo que el Gato confesara el verdadero origen del encargo. Un tal José Navarro, cortesano y algo más de la condesa, había encargado el robo y la sustitución del medallón. Más allá no podía saber más el pobre desdichado, que si bien hizo ganar mucho dinero a su gente, no pudo evitar los reproches de algunos de los suyos…por no haber escamoteado también el original.
De vuelta al palacio, buscando al tal Navarro, un grito nocturno vuelve a estremecer el sueño. Esta vez no venía de la zona noble, si no de donde descansa el servicio. Al acudir a la llamada, el soldado Severo de Otxoa descubrió como un hombre vestido con una túnica marrón bastante gastada, con una capucha roída que le tapaba la cara, sostenía un cuchillo. A sus pies, una sirvienta personal de la condesa, embarazada con la barriga rajada y ensangrentada daba su última expiración…
Intentando evitar el intento de huida que después se produjo, Severo cerró la puerta unos segundos hasta que llegaran refuerzos, para después volver a abrirla para ser testigo de un gran horror. El hombre de la túnica, levantó su mirada, se trataba de José Navarro quién, acercando el cuchillo al cuello, dijo: -Lo hice por una buena razón; procediendo a rebanar su cuello para morir casi en el acto. El cobarde Navarro, autor además de la muerte de una futura madre y su hijo, se despidió de la vida mediante el peor pecado que puede cometer un hombre: insultar a nuestro Señor arrebatándole la disposición que tiene sobre nuestra vida y acabando con ella de forma fulminante.
Fin de la parte 1

divendres, 14 de març del 2014

Deus Volt - La crónica II

Us porto la segona part de les cróniques que ens preparen des de el grup de joc Deus Volt 

Recordeu que ja fa una colla de dies us vaig parlar d'un grup de joc que va organitzar l'asociación el Dirigible? (Link a l'entrada que en parla)
Doncs és un plaer per mi poder transcriure la crónica tal i com ells mateixos l'han preparat. M'ha agradat molt rebre el seu email avisant-me de la publicació al seu propi blog del texte.

 Aquí us deixo també el link a la primera part de la crónica:

Deus Volt - Primera Part


Espero que us agradi



Una salutació des de Girona

Albert Tarrés

 

Crónica Deus Vult: El Regalo del abismo

El regalo del abismo es una aventura de Aquelarre basada en el relato de Robert Howard “El Dios del Cuenco” creada por Jose Manuel Echavarren para la crónica Deus Vult.

Jerusalén. Año del Señor de 1130

Una extraña entrevista
Los pjs se encuentran en unos antiguos baños árabes de la Ciudad Santa. Allí se ha reservado una de las grandes salas, con dos piscinas (una de agua caliente y otra fría) únicamente para la entrevista que va a tener lugar entre esas viejas piedras. De un lado, los pjs: Aletz, un mercader italo-judío, Rashid ibn al Muit, un sirio Asesino de la secta del Viejo de la Montaña, Blanca de Castilla, una castellana curandera y alquimista, Urc, un estudioso de los secretos arcanos y demoníacos, y una figura que permanece entre las sombras, completamente vestida. Los pjs están en paños menores (o menos incluso) chapoteando entre las aguas, junto con Palamedes de Morea, la persona que los ha reunido a todos. Palamedes de Morea es el embajador del Imperio Bizantino en el Reino de Jerusalén. Recién llegado a la Ciudad Santa, es conocido por sus bizarras fiestas, su porte distinguido y su insufrible sentimiento de superioridad. Solo uno de los pjs ha llegado a hablar con él anteriormente, Aletz.
Una misión impía
El rico embajador propone a los pjs un lucrativo y peligroso juego: robar en la casa del Patriarca Latino de Jerusalén, una de las figuras más sacras de la Cristiandad. Hace tres días llegó a la ciudad un gran regalo del atabeg [jefe militar] del Reino de Damasco y Alepo, que el cruel jefe turco envió al Patriarca Latino de Jerusalén, Esteban de la Ferté. Al parecer, después de la gran derrota que el rey de Jerusalén, Balduino III de Edesa, infligió al reino sirio, el atabeg quiere normalizar las relaciones con el Reino de la Vera Cruz, ofreciendo regalos y presentes a sus figuras clave, como es el caso del Patriarca.
El embajador de Bizancio estuvo presente cuando se le ofreció el regalo. Se trataba de una gran urna de oro, muy antigua y valiosa, grande como una persona y de 300 kilogramos por lo menos. Pero Palamedes, estudioso de los antiguos ritos, sabía que esa urna era algo más. Sabía que esa antigua civilización enterraba a sus grandes sacerdotes junto con urnas como esa, y que dentro de ellas solía haber documentos de gran saber, además de oro. De modo que urdió un plan para hacerse con ellos.
Pero para el golpe necesitaba agentes adecuados, personas con gran habilidad y cuyo silencio pudiera ser comprado por unas pocas monedas. Así contactó con el Aletz, un mercader que se había especializado en el comercio con reliquias (verdaderas y falsas) y con ciertos objetos de difícil encaje. Este mediero había estado varias veces en la casa del Patriarca debido a su trabajo. Él sería el encargado de guiar al grupo por “La Sala de las Maravillas”, que era como el Patriarca denominaba al tercer piso de su palacete, dedicado al arte y los tesoros que acumulaba.
Para penetrar en la mansión, se necesitaba de un ladrón de élite, y así había contactado con Rashid ibn al Muit, recomendado por algunos conocidos sirios suyos. Realmente estos conocidos trabajaban como espías para El Viejo de la Montaña, que quería introducir un Asesino en el entorno del embajador bizantino, por si más adelante fuera necesario eliminarlo. La urna no debería ser fácil de abrir, pero las instrucciones deberían estar escritas en su superficie, en lenguaje arcano. Por ello se necesitaba contactar con un alquimista, que en este caso era también conocido del mediero, y recomendado por él. Por las leyendas que manejaba Palamedes, sabía que parte de la solución para abrir la urna descansaba en acertijos. Y en el barrio del mercado destacaba Blanca de Castilla, que se había hecho un nombre descifrando acertijos, la curandera castellana.
Por último, era necesario algo de “músculo”, por si las cosas se ponían feas. Es entonces cuando la figura que permanecía en el anonimato caminó hacia el grupo y con un ágil movimiento arrojó lejos su capa: se trataba de Gabriel de MonÇada, un guerrero templario. El embajador bizantino había convencido al templario para unirse a este grupo con el fin de investigar la correspondencia del Patriarca, que se sospechaba estaba en tratos con árabes.
Oscuros preparativos
El golpe debía darse esa misma noche, aprovechando que Esteban de la Ferté había quedado para cenar con el Maestre de la Orden de los Caballeros del Hospital, y regresaría tarde, como tenía por costumbre.
Los pjs se pusieron manos a la obra. El alquimista dedicó la tarde a realizar un hechizo demoníaco. Se proponía doblegar la voluntad del Patriarca Latino de Jerusalén! Necesitaba, eso sí, un trozo de tela suyo. Para ello utilizó al mediero italo-judío, que consiguió unos calzones del Patriarca. Con ello, el oscuro nigromante realizó su ceremonia maldita, y notó cómo en la distancia, la voluntad del Patriarca cedía. Ahora dominaba a una de las personas más poderosas del Reino. Tan solo debía estar a su lado y susurrarle una orden, y él la cumpliría voluntarioso.
Aletz dibujó un mapa de la mansión. Blanca compró el equipo necesario para la misión: cuerdas, disfraces, garfios… El Asesino investigó el lugar y se hizo una idea de las fuerzas que lo guardaban. Gabriel de MonÇada logró, mediante soborno, que les abrieran la Iglesia del Santo Sepulcro. Desde allí saltarían al tejado de la mansión del Patriarca, que era adyacente.
Breaking and entering
Sin embargo no todo iba ser tan fácil. La curandera se negaba a entrar en la Iglesia. No lo quiso revelar, pero su fe en el Demonio le impedía entrar en lugares santos como ese. Por su parte, el judío mediero tenía vértigo y el plan de ir de torre a torre no le ilusionaba. De modo que estos dos pjs se quedaron esperando en silencio en un callejón cercano mientras el templario, el alquimista y el Asesino accedían a la mansión. Una vez dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro (pero después de que Gabriel de MonÇada rezara en la capilla de San Andrés), subieron al campanario, y desde allí saltaron al tejado. Desde el tejado, lanzaron una cuerda con un garfio a la torre cercana de la mansión del Patriarca. Así fueron pasando los tres, a una altura de veinte metros sobre el suelo. Una vez en la torre, los pjs descendieron en cuerda a la azotea de la mansión, y desde allí izaron a la curandera y el mediero. Rashid ibn al Muit forzó una puerta, y se introdujeron en la mansión, en una habitación dedicada a tapices.
Acertijos en la oscuridad
Los pjs fueron andando en silencio por el largo pasillo de la tercera planta de la mansión, dedicada a las maravillas. Espejos, estatuas, una sala para pergaminos… dejaron todo eso atrás y se dirigieron a la sala principal, donde se atestaban estatuas, sillas, todo tipo de objetos artísticos. En el centro, se erguía una gran urna de oro. El templario y ell Asesino sin embargo se ocuparon de abrir el despacho personal del Patriarca y rebuscar entre su correspondencia. Allí el templario encontró tres cartas incriminatorias, o parcialmente incriminatorias, del Patriarca con el Califato Fatimí de Egipto.
La urna estaba llena de extraños dibujos polícromos. Y sí, había un texto en escritura demoníaca. Se trataba de tres acertijos, que los pjs tuvieron que descifrar.
Puedo estar en todos los sitios, y cuando me nombran todos se callan. ¿Quién soy
En la ventana soy dama, en el balcón soy señora, en la mesa cortesana y en el campo labradora.
Nazco en lugares abruptos sin haber tenido padre y conforme voy muriendo  va naciendo mi madre.
Una vez hecho, la urna se abrió, presionada por un resorte. El interior estaba espejado, y fue en ese momento que se dieron cuenta de que no estaban solos en la sala: el espejo indicaba que alguien estaba sentado en la oscuridad, alguien que los había observado en silencio todo el tiempo.
¡Daos presos, canallas asesinos!
La figura que descansaba en la oscuridad, los ojos fijos en la urna, no era otra que la del Patriarca Latino de Jerusalén. Estaba muerto. Urc maldijo en la oscuridad su ocasión perdida. La curandera y el templario se acercaron al muerto para intentar adivinar cómo había fallecido. Entretanto, el alquimista y el mediero aprovecharon para coger oro y pergaminos del interior de la urna. La castellana vio que el Patriarca tenía dos marcas de colmillos en el cuello. ¿Un vampiro? Quizás, pero inusualmente grande.
Justo en ese momento la puerta se abrió de golpe y cuatro hombres irrumpieron. El mayordomo de la casa, dos soldados… y Raimundo de Puy, Maestre de la Orden de los Caballeros del Hospital de Jerusalén! Desenvainando su espada, el Gran Maestre exigió a los asesinos de su amigo que se entregaran, para un juicio sumarísimo. Raimundo había estado esperando a su amigo durante varias horas hasta que decidió venir personalmente en su busca.
Fue Gabriel de MonÇada el que evitó el baño de sangre, explicando que el Patriarca había sido asesinado por una siniestra criatura que sin duda todavía vagaba por la casa. Cuando el Maestre preguntó qué hacían pjs tan variopintos en la mansión, si venían a robar o a asesinar, el templario arrojó a los pies del atónito Raimundo las cartas que probaban tratos entre el Patriarca y los egipcios fatimíes. Raimundo, que no quería que se manchara la memoria de su amigo, el Patriarca, quemó una de las cartas en una antorcha cercana. Eso hizo que el templario desenvainara su espada y la lucha se aprestara. Pero en ese momento…
Los ojos de la Cobra
En ese momento el mayordomo, que había salido de la habitación, volvía tambaleante hablando de unos “siniestros ojos”, y caía al suelo vomitando una baba blanca, hasta morir entre horribles convulsiones. Los pjs y pnjs dejaron atrás sus diferencias y se propusieron acabar con la bestia que fuese, y salir vivos del empeño. La curandera entonces dio con el clavo. Sí, la bestia debía tratarse de una serpiente gigante. Los dragones, nacen como serpientes gigantes, y ésta debía ser una serpiente tal, solo que venenosa. Una subespecie de la que no había oído hablar, pero real. De hecho, uno de los dibujos polícromos de la urna ya lo señalaba así!
Los pjs se dividieron buscando a tan horrenda criatura, hasta que finalmente la encontraron en la sala de los tapices. Allí, el alquimista tropezó con una alfombra enrollada, y topó con el torso de la serpiente. Ésta, lentamente, se fue alzando, desplegando unas terribles fauces con unos colmillos goteantes de veneno. Se trataba de una cobra de ocho metros de longitud.
No solo eso, sino que sus ojos ejercían una mirada fascinante, que casi hipnotiza a la curandera. El templario y el hospitalario cargaron contra ella, el Asesino se tomó su bebida ritual y se lanzó contra sus anillos, el mediero intentó lanzarle su candil, y el alquimista intentar razonar con ella hablando lenguaje demoníaco, intentando convencerla de que huyera y que él la protegería y la haría crecer fuerte y poderosa…
Las espadas de los caballeros pronto hicieron brotar la sangre, si bien la Cobra hipnotizó al Gran Maestre. El candil impactó en el gigantesco ofidio, que parecía temer el fuego. Con esta idea en mente, Blanca le lanzó el hechizo “Lágrimas de Salamandra”, para que ardiera. La argucia de Urc casi convenció a la Cobra, mientras Rashid ibn al Muit, ajeno al miedo, se lanzaba contra la serpiente en melé y la acuchillaba. La gran cobra lo envolvió entre sus anillos y le rompió varios huesos, mientras se acercaba para morderle. Pero la espada del templario acabó con ella justo entonces. Y las llamas demoníacas de la curandera acabaron el trabajo y precipitaron a los pjs afuera de la mansión, donde un agradecido Raimundo de Puy les aseguró que contarían con su agradecimiento si se callaban los extraños tratos del Patriarca y honraban su memoria.

divendres, 7 de març del 2014

CRUZ OSCURA - Relat de Ricard Ibàñez

CRUZ OSCURA


Brilla una luna llena en un cielo tan estrellado y limpio que se podría incluso leer bajo su luz blanquecina, si se supiera de buenas letras. El joven soldado poco aprecio y escaso conocimiento tiene de ellas, y tampoco está de humor para abrir un libro, caso de que su gente hubiera traído alguno. Se sienta sobre una piedra abrazado a su espada, y se estremece, pese a que la noche es cálida, como corresponde a la noche más corta del año, la noche de San Juan.
El viejo se sienta a su lado, y el muchacho lo agradece en silencio. Sus compañeros afilan las armas, hablan poco o nada con él, se muestran sombríos y desconfiados. Pero el viejo es diferente. Sin caer en paternalismos de menguados, lo trata como si fuera su mentor. Y en muchos casos, ciertamente, así es.
- Hará una buena noche. El Diablo tiene suerte. ¿Sabes, joven hermano? Dicen los que ello creen que esta noche es fiesta grande en el Infierno, pues para ellos San Juan es tan celebrado como nuestra Navidad, y es el día en que el poder del Mal es más fuerte sobre la tierra…
- ¿Eso creéis vos? –Preguntó el muchacho tragando saliva-
- Eso creen ellos, y en la confianza estará su perdición. Dentro de unas horas caeremos sobre ellos… Será una buena cacería. –Miró al joven como si de pronto reparara en él y sonriendo añadió: -Esta es tu primera vez… ¿verdad?
- Es mi primera misión de batalla, si…
- Es normal tener dudas y miedo la primera vez, hermano. Tras esta noche todo será diferente. Cuando amanezca, tu vida habrá cambiado, y ya nunca podrás dar marcha atrás.
- ¿Por qué los demás no me hablan y evitan mirarme? ¿Es que acaso… es que acaso dudan de mí? ¿Piensan que a la hora de la verdad seré un cobarde?
- No hay cobardes en nuestra sociedad, hermano. Ningún juramentado puede serlo. No, esta es tu primera cacería, y lo saben, y les gustaría darte mil consejos, y al mismo tiempo temen establecer contigo un lazo y que luego mueras… ¡Perdemos a tantos hermanos! No hay tiempo para hacer amigos, ni ganas de hacerlos. Somos hermanos en nuestro credo y en nuestra lucha, y eso debería bastarnos. Falta aún un rato. ¿No quieres descansar un rato?
- No tengo sueño, ni creo que pudiera dormir.
- Entonces entretendré tu espera con un relato. Posiblemente lo conozcas en parte, pero nunca lo habrás oído como te lo voy a contar hoy…
La vieja tropezó y cayó, jadeante, con los pulmones a punto de estallar en el pecho, incapaz de dar un paso más. Sus perseguidores habían estado jugando con ella, y lo peor de todo es que la anciana lo sabía. Del mismo modo que podía ver más allá que ellos, del mismo modo que veía el fin de todo.
Se encogió sobre sí misma, hecha un ovillo, y cerrando los ojos rezó a la diosa. Parecía un montoncillo de harapos tirados sobre el camino...
… pero eso no iba a engañar a los que la seguían, que irrumpieron dando gritos en el lugar. Se pararon al ver a la vieja, y pareció que andaban temerosos de acercarse. Pero nunca la malicia humana ha necesitado del contacto físico para matar, y si el buen Dios ha llenado el mundo de piedras, por alguna cosa será. Y piedras llovieron sobre la vieja, entre risotadas y bravatas, de esas que, en el fondo, no son otra cosa que hijas del ayuntamiento entre la cobardía y el miedo.
- ¡Pero…! ¿Qué Infiernos?
El caballero había aparecido montado en su caballo, que avanzaba al paso, no tanto por no forzarlo como para que su jinete pudiera disfrutar del viaje. Era evidente que era un caballero, y era evidente que no iba a la guerra, sino que venía de ella. Vestía un simple peto de cuero en lugar de la túnica de malla, que traía sin duda envuelta en la manta, en la grupa de su caballo. De la silla colgaban también el escudo y el casco. Era evidente que el azar y no otra cosa lo habían llevado hasta allí. Y era evidente también que no le gustaba lo que veía.
Los campesinos dejaron de apedrear a la vieja, que seguía sin moverse, quizá muerta ya, mirando al señor como unos niños sorprendidos en mitad de una travesura. Finalmente uno de ellos, más audaz que los otros, lanzó una piedra contra el caballero. Lo hizo con buen tino, que le dio en el hombro, pero con ello rompió el hechizo. El jinete lanzó un rugido de ira, desenfundó la espada y cargó contra los alborotados, que se dispersaron como palomas asustadas. Todos menos uno, que cogiendo una piedra de mayor tamaño corrió contra la vieja, farullando palabras inconexas, sin duda para asegurarse que se quedaba bien muerta. Como no podía ser de otro modo, el caballo fue más rápido que él, y la espada del caballero lo abatió en mitad de su carrera.
La vieja sólo se movió cuando el caballero la tocó con el pie, para saber si andaba viva o muerta. Entonces pareció resucitar, estirando poco a poco sus miembros, doliéndose de las magulladuras y de los quebrantos. El caballero la miraba con curiosidad, entre intrigado y divertido.
- Pero mujer… ¿Qué les has hecho a éstos para que te acosaran como lebreles? ¿Te tienen por bruja y les amenazaste con un maleficio?
- No crees, primero de los primeros. Pero pronto creerás- le contestó con un susurro la vieja mientras se frotaba sus heridas. El caballero le respondió con una risotada, mientras buscaba entre las alforjas del caballo y sacaba vino, pan y algo de carne seca
- ¡Ahórrate tus cuentos para los crédulos, vieja! Ten más seso, si es que no se te ha desparramado con tanta pedrada. Y piensa que si no anduvieses con estos negocios, a buen seguro que te habrías ahorrado el susto y la paliza, que ese de ahí –dijo señalando el cadáver del campesino- buen odio que te tenía, y solamente pensaba en darte muerte…
- Muerte… Por ello fue. Conozco los secretos del pasado, del presente y de lo que está por venir. Mucho insistió él en que le hablara de su futuro, y cuando le predije que moriría antes que yo… quiso demostrarme que andaba errada. Matarme a mí era darse la vida a sí mismo, pues oyó mi profecía y la creyó maldición.
- Buena lengua gastas, vieja –rió el caballero sentándose en una piedra e hincando diente al pan. Pero es fácil hablar de predicciones cuando ya se han cumplido. Y ése –señaló de nuevo al muerto- no te va a desdecir. ¡Venga! ¡Veamos qué tanto poder tienes! Te desafío a que me digas de donde vengo y a donde voy, y si aciertas te ganarás un trago de mi vino, que a buen seguro que lo necesitas, tanto para que se te pase el susto como para aclararte las ideas.
La mujer suspiró, y se lo quedó mirando con una expresión de cansancio y hastío en los ojos. Finalmente se sentó ante el caballero y le dijo:
- Vienes de un largo viaje. Te iluminó la fe a la ida, te ensombrece la duda a la vuelta, y por mucho que te limpies las manos sigues teniéndolas tintas en sangre. Partiste hace ya tiempo, y tantas cosas te han pasado que te parece que haya sido una vida entera. Y en verdad una vida nueva te espera, al final de tu camino.
La expresión divertida del caballero se disolvió en su rostro, y sin decir palabra arrojó el pellejo de vino a la vieja, que bebió de él con avidez. El caballero se puso a hablar entonces, mirando más allá de la vieja, y su narración estaba dirigida más a sí mismo que a la mujer que junto a él se hallaba.
- Me llamo Houg de Molay, y soy tu señor, pues estas tierras que pisas son mi feudo, y el castillo que se alza sobre la colina es mi hogar. Hace años que lo abandoné, dejando a mi mujer y a nuestro hijo, siguiendo el llamado del Santo Padre de Roma para ir a conquistar Tierra Santa, en poder de los infieles. Cruzamos media cristiandad, desiertos que parecían interminables y territorios poblados por paganos antes de llegar a la ciudad de Jerusalén. Dimos tres vueltas en procesión alrededor de las murallas de la ciudad, mientras los infieles que las defendían se mofaban de nosotros, pues nos habían dicho los sacerdotes que nos acompañaban que ante nuestra piedad y nuestra fe las murallas se vendrían abajo, como los muros de la bíblica ciudad de Jericó. Pero las torres y las defensas de Jerusalén siguieron tan sólidas como antes, y hubimos de levantar asedio. Los de la ciudad pasaron penuria, pero no pasamos menos nosotros, que los enemigos hostigaban nuestros suministros y sufrimos hambre, tanta que hubo entre nosotros quien empezó a devorar a los enemigos muertos, diciendo que no era pecado comer de la carne de un infiel…
Por fin asaltamos la ciudad… y degollamos a muchos de los que encontramos dentro, tanto defensores como gentes inocentes. Muchos se escondieron en sus iglesias, e hicimos tal mortandad entre los que nos suplicaban clemencia que en algunos templos la sangre llegaba hasta los tobillos. Luego saqueamos la ciudad que decíamos adorar. Muchos se quedaron luego, en ese nuevo reino. Yo me fui.
El caballero parpadeó, y miró a la vieja como si la viera por primera vez. Le sonrió un poco a su pesar y añadió:
- Te has ganado el vino, vieja, pues en verdad has acertado, ya sea por azar o porque en verdad sepas leer el alma de los hombres. Ahora, lo único que quiero es volver a mi hogar, estrechar de nuevo entre mis brazos a mi mujer y ver a mi hijo, que lo dejé en la cuna y ya debe ser casi un hombre…
La mujer no escucha al caballero. Está absorta, casi hipnotizada,  mirando el símbolo dibujado en su escudo. Es una cruz con aspas en los extremos, orientadas hacia la izquierda.
- Dime, caballero… ¿Por qué llevas éste símbolo en tu escudo?
- ¿Ésta cruz? Es una cruz cretense, o eso me dijo mi viejo mentor. Cuando partí a la Cruzada nos dijeron que pintásemos una cruz en nuestros escudos, y yo, que era más joven y más ambicioso, quise ponerme una cruz diferente, para destacar y que se me reconociera en las hazañas que en nombre de Dios iba a realizar. 
- Su origen es mucho más antiguo y mucho más lejano que la isla de Creta, caballero. Yo que tú no lo adoptaría como signo, pues allá en las lejanas Indias es símbolo de oscuridad...
El caballero lanzó una risotada
- Abusas de mi desgana, abuela, que el que te haya salvado la vida no quiere decir que ande enamorado de ti: ¿Cómo va a ser una cruz símbolo del mal?
- Yo no he dicho el mal, sino la oscuridad. La cerrazón. El no querer ver lo que está ante tus ojos...
- Si tanto sabes y tantos poderes tienes, vieja, ¿por qué no has predicho el ataque de los campesinos?
- Lo predije. Sabía que me atacarían, e igualmente sabría que tú vendrías.
- ¿Y sabes cuando has de morir? –dice el caballero con tono irónico
- Si, mi señor, dueño de mi vida y de mi muerte. Mi hora está muy cercana.
Houg de Molay, señor feudal, caballero y cruzado monta de nuevo, meneando la cabeza y pensando, para sí, que, al fin y al cabo, se en verdad le habían desarreglado los sesos a la vieja de alguna pedrada, si es que no lo tenía ya antes enfermo, el entendimiento. Y mirando lo bajo que está el sol se da cuenta que la noche lo sorprenderá en mitad del camino, a no ser que tome un atajo que conoce desde chico, un viejo camino que cruza el bosque y que conduce a unas viejas ruinas, que no falta quien dice que antaño fueron templo de paganos. Y hacia allí dirige su caballo, sin volver la vista atrás ni decir otra palabra a la vieja, que se le quedó mirando fijamente, murmurando entre dientes:
- ¡Ve caballero! ¡Ve hacia tu destino! Que lo que ha de ser, sea.
El senderuelo estaba peor de lo que el caballero recordaba, y esto, unido a la oscuridad creciente, han obligado al caballero a desmontar y llevar su caballo de la brida. Y así andaba, maldiciendo para sí, y pensando que este camino corto había resultado ser el más largo, cuando le sorprendió ver luces en las viejas ruinas. Se paró, pensando que serían gentes acampadas, que buscaban resguardo entre los muros que aún se alzaban en pie. Y llevó la mano a la espada, pues lo mismo podían ser viajeros perdidos que un grupo de bandidos o de soldados sin señor, que en ambos casos venía a ser lo mismo. Se fijó entonces en que no era una luz de hoguera lo que veía, sino luces de antorchas. Y entonces un grito desgarrador cortó la noche, y el caballero no dudó más.
El primer encapuchado murió sin darse cuenta que lo hacía, tan violento fue el golpe de espada que le hundió el cráneo. Los demás, cuando quisieron recuperarse de su sorpresa, tenían entre ellos un demonio vengador, que les acuchillaba con su espada hendiendo sus carnes y esparciendo sus entrañas por el suelo. Pocos reaccionaron y trataron de huir. Ninguno se defendió.
Solamente el encapuchado que estaba ante el altar ignoró al caballero, ocupado como estaba en arrancar el corazón de su víctima, que yacía sobre un mar de su propia sangre sobre el altar. Ante los ojos horrorizados del caballero, el encapuchado alzó finalmente la mano que hurgaba en el pecho de la víctima, alzando hacia la luna un corazón chorreante. Empezó a gritar una letanía, y el caballero, dando un grito nacido del miedo y de la desesperación, se plantó junto a él de un salto y le hundió en el vientre la espada. Cayó la capucha de su víctima, y Houg de Molay se dio cuenta que el encapuchado no era otro que Anette, su mujer. Ésta le miró con infinito odio, aferrando con sus manos la hoja de la espada. La herida era mortal, pero una fuerza demoníaca parecía poseerla, y en lugar de gemidos de agonía su boca escupió estas palabras:
- Maldito… ¡Maldito seas! Mi señor Agaliaretph me hubiera dado mucho más poder del que podáis imaginaros, tú y tu patético crucificado. ¡Y todo a cambio del alma de tu cachorro! ¡No te creas que lo has salvado, que su alma ya ha sido entregada, y arderá para siempre en el Infierno! Yo… –tosió y se le llenó la boca de sangre, y ya no dijo más, que la vida huía de su cuerpo. Sin embargo, aún tuvo fuerzas para escupirle a la cara un salivazo ensangrentado, antes de morir.
Miró entonces Houg al altar, temiendo lo que vería, sabiéndolo ya, y vio que el cadáver era el de un adolescente, casi un niño. Y pese al miedo y el dolor que estaban marcados en su cara, reconoció en ella sus rasgos y los de la que había sido su mujer. Y supo que Anette no le había engañado, y que en verdad ese era su hijo…
Amanecía ya, y la anciana seguía sentada en la roca, junto al cuerpo de aquel que intentara matarla. Oyó unos pasos quedos acercarse por su espalda, y se giró sin prisas, para enfrentar a la muerte cara a cara. Dijo entonces, sin el menor asomo de sorpresa:
- Tú… Sabía que serías tú, señor de mi vida y de mi muerte…
La espada le cortó limpiamente el cuello. La cabeza cayó por un lado, el cuerpo se derrumbó por el otro. Y Houg de Molay, con la mirada enloquecida, empuñando la espada ensangrentada y aferrando su escudo le habló a la cabeza, como si aún pudiera oírle:
- Sí maldita bruja, yo soy. Creo en tu poder, pero he aprendido que procede del Diablo. ¡Y ahora que vas a los Infiernos, dile a tu señor que le declaro hostilidad eterna, a él y a todas sus criaturas! ¡Emprenderé contra él una nueva cruzada, bajo esta cruz,  que tu llamas de la oscuridad, pero que yo te digo que es de la luz verdadera!
- Y así sucedió, joven hermano -dijo el viejo- Así fue como Houg de Molay fundó nuestra orden. Y por ello esta, la cruz cretense, es nuestro símbolo.
Miró al cielo, leyó en la posición de la luna la hora que era, y levantándose trabajosamente llamó a los hermanos a su alrededor.
- Ha llegado la hora, hermanos. Allí abajo, alrededor de esa hoguera, los seguidores del Diablo adoran a su señor. ¡Caeremos sobre ellos y segaremos sus vidas como si fueran mies madura! No escuchéis sus súplicas, no les dejéis hablar siquiera, para que no os lancen maldiciones ni encantamientos. No tenéis que tener piedad, pues no la recibiríais de estar vueltas las tornas. ¡Adelante, fráteres!
Y los hermanos de la Fraternitas Vera Lucis [1] prepararon sus armas, y empezaron a bajar silenciosamente la loma, hacia la hoguera que ardía alegremente, dispuestos a derramar, una vez más, la sangre de quienes no compartían su credo. Dispuestos a luchar con el acero contra la magia, a destruir a toda criatura maligna solamente con su valor. A vencer al Diablo solamente con su fe. Aunque ello significara no sobrevivir a esa noche de brillante luna llena…
FIN


 Si has arrivat fins aquí, es que t'acabes de llegir un relat de Ricard Ibánez que ilustra els inicis d'una de leas claus que van fer que Aquelarre sigui tan especial per mi

Espero que us hagi agradat

Una salutació des de Girona

Albert Tarrés